El 25 de junio, el usuario de Twitter @yourspanishman compartía una foto de “las 15 vajillas de la clase obrera”. “Con las vajillas heredadas se puede saber de dónde soy (3 vajillas de Asturias), de qué clase (2 vajillas y 2 juegos de café de Duralex), cómo mi familia pasó de porcelana al vidrio templado (de Arcopal) y hasta hábitos de consumo (vajilla Yoplait)”, añadía Sergio Fernández de Pablo, la persona detrás de dicho perfil.
Arqueología doméstica: Las 15 vajillas de la clase obrera. pic.twitter.com/Zzeh40Xo2O
— Sergio shebam! pow! blop! wizz! (@yourspanishman) 25 de junio de 2018
La publicación, que ya acumula más de 7.400 retweets, y la posterior respuesta de los usuarios y usuarias de la red social, demuestran que la vajilla es la huella de los que somos. Un solo plato puede convertirse en el reflejo de una realidad cercana que a veces no vemos directamente, que pasa inadvertida.
¿Cómo se le ocurre la foto?
Toda mi vida material está guardada y, por extensión, la de mi familia. En casa creía que diariamente usaba unas dos o tres vajillas. La sorpresa fue al comprobar que son 15 vajillas diferentes, a pesar de que ninguna está completa. De la mayoría solo sobreviven uno o dos platos. Coloqué un mantel de tela panamá con las vainicas bordadas por mi abuela, también herencia; me subí a una silla e hice la foto. Que sea un plano cenital, además de por la facilidad de la descripción, tiene algo de cinematográfico y algo de humano: es el plano que vemos al bajar los ojos cuando usamos la cocina o el fregadero.
Los objetos industriales son patrimonio que tenemos y hace de fondo de la vida. Pensé en que tenía que contar la herencia de los cacharros con respecto a mi familia. Esta monumentalización de lo cotidiano tiene que ver con la obra de Patricia Esquivias. Un ejercicio que puede hacer cualquiera es ver qué huella personal o familiar existe en un objeto de su casa. Por ejemplo, en la mía, la mesa está craquelada porque sobre ella planchaba mi abuela.
¿Qué explica la foto?
En la foto aparecen las, al menos, 15 vajillas que usa una familia común a lo largo de tres generaciones. Solo hace falta ir tirando de los hilos para conocer qué hay detrás de algo tan inocente. Con ellas se puede conocer mi procedencia, mi clase social, la evolución de los materiales o los hábitos de consumo de mi familia. Que hayan sobrevivido también se relaciona quizá desde un punto de vista actual, con la voluntad ecológica de reducir y reutilizar los materiales.
De las 15 vajillas, tres son de fabricación asturiana. Los modelos estándar y el modelo Botánica de la fábrica de loza de San Claudio. San Claudio se cerró en 2009 y fue una oportunidad perdida del patrimonio industrial asturiano. El otro es un plato de porcelana de Royal Gijón. Por un lado, la loza no deja de ser un material pobre dentro de la industria cerámica; y por otro lado, llama la atención cómo un material redescubierto en el siglo XVIII en Europa como la porcelana llegase a cualquier casa. La clase social se conoce por los dos juegos de café, la vajilla ámbar y la vajilla transparente de Duralex. Es curioso cómo estas vajillas funcionales, que no son objeto de ostentación, nos determinan como clase obrera. Los materiales evolucionaron desde la porcelana al vidrio templado, que es común en los productos de Arcopal. Con Arcopal se podría estudiar incluso cómo la industria cerámica francesa llega a España. En cuanto a hábitos de consumo, un ejemplo exitoso de marketing dirigido a la clase trabajadora es el de la vajilla Yoplait: que se conseguía consumiendo yogures, y cuyo diseño octogonal resalta sobre los estándares circulares.
¿Por qué cree que ha tenido tan buena acogida?
Hay una gran parte de nostalgia. Quizá se debe a que una época de crisis económica es un momento de introspección y de vuelta a lo cotidiano. Por otra parte, para apreciar lo cotidiano hay que hacer un esfuerzo de despersonalización: verlo desde fuera. Ese poder lo tiene una fotografía intencionada. Es de repente caer en que todo lo que nos rodea está diseñado. Y además, y quizá esto por deformación arquitectónica, esos objetos industriales están diseñados con respecto a unos estándares.
Que haya tenido tanto éxito también tiene que ver con la democratización de la producción en masa. Las condiciones materiales de quien ve la fotografía probablemente sean parecidas a las mías. Frente a una visión negativa de la uniformización, que existan espacios para guardar y acumular excedentes (aquí platos y vasos) significa una mejora social. Un punto asociado es cómo la producción industrial se convierte en identitaria: cómo la vajilla de Duralex o la de Yoplait se defiende sin timidez como parte de la vida cotidiana obrera.
La gente reconoce esos platos en sus casas, ¿cuál es el que le dicen que ha sido el indispensable en la historia reciente de este país?
A pesar de ser productos fabricados bajo el paradigma de una rentabilidad y beneficio máximo, hay dos marcas que se repiten en toda casa trabajadora: Duralex y Arcopal.
Quizá el de mayor éxito, que se asocia a las vajillas de la abuela, sea el modelo Lys, de color ámbar, que se repitió en varios colores. Otro modelo, el modelo París, transparente, como con pétalos alrededor, está muy vinculado a la casa asturiana. La cuestión es que Duralex cuenta nuestra historia y también la de la producción de vidrio incluso antes de la Revolución Industrial. Algo común hoy como el vidrio laminar de una ventana, se obtuvo en Francia en 1688. Hilando esto, Saint-Gobain, que sigue fabricando productos de vidrio hoy, compró Duralex en 1945. Esta idea de posguerra de un producto práctico, con buen diseño, económico y fabricado en masa llegó hacia los sesenta a España y los platos de Duralex son un ejemplo.
Además de esos dos modelos destacan los platos de Arcopal. La vajilla de margaritas de vidrio opalino, translúcido, es quizá la tercera más exitosa. Tanto Duralex como Arcopal están asociados con el vidrio templado, que es una invención de 1900. A pesar de su nombre, los platos de Duralex no son irrompibles, y en general llama la atención cómo estallan en mil pedazos. No se rompen normal y son más resistentes. No cortarse con un plato, de hecho, fue técnica de venta de Duralex. El vidrio templado, que se enfría rápidamente en su fabricación, por su estructura se rompe en mil pedazos y esto supuso un avance (hoy no) incluso en la fabricación de lunas para coches.
Igual que se hizo con las dimensiones de la vivienda obrera, cuando en 1929 se pensó en los “mínimos existenciales” en aquellos Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna, ¿qué objetos cotidianos pertenecerán a nuestros mínimos?